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5 Domingo de Cuaresma El grano de trigo

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El grano de trigo

En el evangelio de hoy unos griegos van a Felipe y le dicen: “Queremos ver a Jesús.” También nosotros queremos ver a Jesús; deseamos ver su faz. El salmo responsorial dice: “Crea en mí, oh Dios, un corazón puro.” Necesitamos un corazón limpio para ver a Dios, ojos claros sin obstáculos. ¿Cómo podemos verle? En el evangelio de hoy Jesús nos desvela el secreto con tres ideas: servir, perder la vida y ser enterrado. Va contra la cultura de nuestra sociedad que intenta encontrar la inmortalidad a toda costa, vivir tu propia vida y servir solo a nosotros mismos.

La primera idea es muy clara: “Si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere produce mucho fruto.” ¿Cuántos granos produce un grano de trigo? Google dice que entre 45 y 50. Si no morimos a nosotros mismos solo somos uno; si nos enterramos en el suelo nos multiplicamos por cincuenta. Ello significa que tenemos que sepultar bien profundo en la tierra, nuestro orgullo, nuestro egoísmo, nuestra sensualidad. Es el estiércol que fertiliza el trigo, que producirá la harina que se convertirá en ese pan delicioso que a todos gusta. De nuestros pecados, Dios puede hacer sabrosos pasteles. Pero antes debemos desaparecer como la levadura en la masa.

La segunda idea tiene el mismo tono exigente: “El que ama su vida la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna.” Es una paradoja, que el sentido común lo ha resumido en un proverbio sencillo: sin dolor no hay ganancia. Si queremos la vida eterna, debemos ofrecer nuestras vidas a Dios. Eso es lo que significa la cruz. No nos gusta hablar de la cruz y nos escapamos de ella. Podemos cambiar nuestra actitud a lo que llamamos cruces. Hay tres fases en ese camino: aceptarlas, buscarlas y amarlas. Debemos mirar a las cosas que nos enojan con ojos diferentes. Entonces ya no nos enfadarán.

La tercera frase de Jesús es más fácil de seguir: “Si alguien me sirve, que me siga, y donde yo estoy allí estará también mi servidor.” San Josemaria dice que, para seguir a Jesús, debemos acompañarle tan de cerca que vivimos con él. Distingue cuatro fases en esa identificación con Cristo: buscarlo, encontrarlo, conocerlo y amarlo. Si lo buscamos lo encontraremos y entonces no tendremos más remedio que amarlo.

¿Cómo seguimos a Jesús? ¿Dónde lo encontramos? En el pan y en la palabra, en la eucaristía y en la sagrada escritura. La Misa tiene dos partes, lo que llamamos la liturgia de la palabra y la liturgia de la eucaristía. Son dos mesas que nos alimentan. Conocí a un cura en Nueva Zelanda que tenía dos mesas en su iglesia, pero parecían dos altares. Escuchamos la palabra de Dios desde el ambón cuando se proclaman las escrituras, y asistimos a la venida de Cristo por la consagración en el altar. Una vez hemos alimentado la mente con la palabra, estamos dispuestos a recibirle en la comunión.

josephpich@gmail.com

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En el evangelio de hoy unos griegos van a Felipe y le dicen: “Queremos ver a Jesús.” También nosotros queremos ver a Jesús; deseamos ver su faz. El salmo responsorial dice: “Crea en mí, oh Dios, un corazón puro.” Necesitamos un corazón limpio para ver a Dios, ojos claros sin obstáculos. ¿Cómo podemos verle? En el evangelio de hoy Jesús nos desvela el secreto con tres ideas: servir, perder la vida y ser enterrado. Va contra la cultura de nuestra sociedad que intenta encontrar la inmortalidad a toda costa, vivir tu propia vida y servir solo a nosotros mismos.

La primera idea es muy clara: “Si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere produce mucho fruto.” ¿Cuántos granos produce un grano de trigo? Google dice que entre 45 y 50. Si no morimos a nosotros mismos solo somos uno; si nos enterramos en el suelo nos multiplicamos por cincuenta. Ello significa que tenemos que sepultar bien profundo en la tierra, nuestro orgullo, nuestro egoísmo, nuestra sensualidad. Es el estiércol que fertiliza el trigo, que producirá la harina que se convertirá en ese pan delicioso que a todos gusta. De nuestros pecados, Dios puede hacer sabrosos pasteles. Pero antes debemos desaparecer como la levadura en la masa.

La segunda idea tiene el mismo tono exigente: “El que ama su vida la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna.” Es una paradoja, que el sentido común lo ha resumido en un proverbio sencillo: sin dolor no hay ganancia. Si queremos la vida eterna, debemos ofrecer nuestras vidas a Dios. Eso es lo que significa la cruz. No nos gusta hablar de la cruz y nos escapamos de ella. Podemos cambiar nuestra actitud a lo que llamamos cruces. Hay tres fases en ese camino: aceptarlas, buscarlas y amarlas. Debemos mirar a las cosas que nos enojan con ojos diferentes. Entonces ya no nos enfadarán.

La tercera frase de Jesús es más fácil de seguir: “Si alguien me sirve, que me siga, y donde yo estoy allí estará también mi servidor.” San Josemaria dice que, para seguir a Jesús, debemos acompañarle tan de cerca que vivimos con él. Distingue cuatro fases en esa identificación con Cristo: buscarlo, encontrarlo, conocerlo y amarlo. Si lo buscamos lo encontraremos y entonces no tendremos más remedio que amarlo.

¿Cómo seguimos a Jesús? ¿Dónde lo encontramos? En el pan y en la palabra, en la eucaristía y en la sagrada escritura. La Misa tiene dos partes, lo que llamamos la liturgia de la palabra y la liturgia de la eucaristía. Son dos mesas que nos alimentan. Conocí a un cura en Nueva Zelanda que tenía dos mesas en su iglesia, pero parecían dos altares. Escuchamos la palabra de Dios desde el ambón cuando se proclaman las escrituras, y asistimos a la venida de Cristo por la consagración en el altar. Una vez hemos alimentado la mente con la palabra, estamos dispuestos a recibirle en la comunión.

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