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Plan de Reformas Económicas e Institucionales para Venezuela - Primera Parte

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Introducción. Plantearse el discurso económico sobre la crisis de Venezuela no es fácil, primero, las propuestas de los personeros del Gobierno se circunscriben a un discurso esencialmente ideológico, político, anclado en el pasado y en desuso incluso en países socialistas, segundo, predomina en la comunidad profesional un paradigma macroeconómico de carácter coyuntural enfocado en ajustes, tercero, las manifestaciones de la crisis en forma de inflación, escasez y colas hace pensar, en el común de la gente, que esos síntomas son las causas de todos los males, cuando por el contrario son las consecuencias de mala conducción de la política económica y las regulaciones extremas. Durante estos últimos 17 años en nuestro país ha proliferado todo tipo de regulaciones tendientes al control de las variables resultado de manera directa, mediante controles de precios, del tipo de cambio, del mercado laboral y del mercado de pagos internacionales. Cualquier intento de control de la manifestación de las variables resultado, al no tratar las causas de fondo empeora los orígenes de los desajustes económicos. En el caso de Venezuela todo lo contrario de lo esperado por los controles, los precios no cesan de aumentar, los mercados negros proliferan, se paraliza la producción, se agotan las reservas internacionales con un agudo desabastecimiento. La proliferación abrumadora de todo tipo de regulaciones, reglamentos, providencias, decretos es en este momento asfixiante, cualquier ajuste que pretenda ser exitoso necesita de reformas económicas e institucionales previas o simultáneas. Dejar las cosas como están, como parece ser la intención del Gobierno, a la larga de manera directa o velada tendrá que ajustar esas variables resultado al alza, aumentar la presión tributaria, con un déficit fiscal que se mantiene o aumenta. En nuestro criterio un ajuste macroeconómico que cumpliera su cometido de estabilización de precios, de unificación cambiaria con depreciaciones o devaluaciones sucesivas, de equilibrio fiscal y cesación de la emisión inorgánica de dinero es poco probable que resuelva los problemas mas allá del muy corto plazo. Reiteramos sin el acometimiento previo o simultáneo de Reformas Económicas e Institucionales con el propósito de fortalecer institucionalmente al país no habrá éxito, los poderes públicos tienen que ser legítimos, autónomos e independientes. Tiene que iniciarse un proceso de simplificación y optimización del marco regulatorio en función de la respuesta esperada del mercado (análisis de impacto regulatorio). A 32 años de una fallida Reforma del Estado. Bastante tiempo ha transcurrido desde que al inicio de los setenta (siglo pasado) se habló sobre la necesidad de una Reforma del Estado. Durante el Gobierno del Presidente Jaime Lusinchi se hizo un intento fallido con la creación de la COPRE , sus propósitos específicos guardaban relación con el campo de la política pública, de la Reforma Tributaria y de su modernización. Sobre esto último, lo impostergable, la sustitución de un régimen fiscal atado al negocio petrolero a uno orientado al desarrollo económico del país, en el entendido, de un sistema impositivo menos sensible al los vaivenes de los precios del petróleo y a la rigidez del gasto público. Van muchos decenios en Venezuela soñando con sembrar el petróleo. Este pequeño relato trata de recordar que en nuestro país se ha ensayado sin éxito todo tipo de ajustes o paquetes económicos de naturaleza macroeconómica. Siempre con una convocatoria a diferentes grupos representativos de intereses convergentes con los gobiernos de turno, pero jamás una debida representatividad del país como un todo y mucho menos para asumir una verdadera reforma económica e institucional. Propósitos de la Reforma del Estado de la COPRE. Desde esos tiempos se había concluido en la necesidad de alcanzar cinco objetivos: Primero, darle estabilidad a los ingresos fiscales y asegurar una fuente de recursos que permita el ejercicio de las funciones del estado (perspectiva macroeconómica institucional). Segundo, la racionalización del gasto público, de manera que cada bolívar invertido asegure una gama mayor de metas alcanzadas (perspectiva macroeconómica institucional). Tercero, fundamentar la política económica en la utilización de estabilizadores automáticos (fiscales, monetarios y cambiarios) en lugar de mecanismos discrecionales (perspectiva macroeconómica institucional). Cuarto, someter la política económica a la evaluación previa de impactos de modo que no surjan asimetrías de información e incentivos perversos que den lugar al aprovechamiento interesado de la política pública en favor de intereses personales o grupales (perspectiva microeconómica conjetural). Quinto, asegurar la debida autonomía, independencia y legitimidad de los poderes públicos (perspectiva institucional). Es algo que debimos hacer desde hace mucho tiempo, el asunto es que nuestros gobernantes y ministros de economía, recuerdan esta necesidad solamente cuando no les queda otro recurso, ante una precaria situación económica. En Venezuela no se tenido estadistas interesados por el propio país y su destino, sino caudillos, con más afán de pasar a la historia reviviendo dudosas elegías patrióticas del pasado. Y que hablar de supuestas repúblicas que jamás existieron y que tampoco existen, percepciones no correspondidas en Venezuela con algo diferente a un pobre ejercicio de verborrea demagógica para ganar electores o para mantenerse en el poder, a costas de una gran mayoría de gente postrada, desesperanzada cuya hambre de justicia les hunde en un perverso desvarío que tan solo aprecia como bienestar el que todos seamos igualmente miserables. El único logro que puede exhibir el presente gobierno es la sensación de que ahora nos estamos igualando todos en la indigencia. ¡¿Cuáles planes, cuales principios?! Nada mas ocurrencias, largos escritos, declaraciones, todos incoherentes que no califican siquiera como un buen epistolario de buenas intenciones. Igualmente, ¿Cuáles instituciones? Cuando la gente que las representa se designa de manera poco democrática, jamás ha trabajado el oficio, tampoco lo conocen y peor aun deciden según su estado de ánimo. Pensamos que no podemos hablar de república sino de buenos y malos momentos dependiendo del estado de negocios del petróleo. Los venezolanos nos transformamos en buhoneros, no solo los de bajo nivel de calificación, muchos profesionales, bien formados andan por doquier vendiendo baratijas, en taxis subarrendados, en tarantines de venta de loterías, en ese nuevo oficio llamado “bachaqueo” y otros propios de sociedades perdidas en la decadencia, aun cuando todavía gozan de juventud. Quienes resisten precariamente esa brutal pérdida de poder adquisitivo, viven en colas buscado lo que no se encuentra, con el miedo de ser atracados, ser víctimas del hurto, de la estafa o del secuestro. Otros huyen de su país. ¿Dos Repúblicas? Habría que ser muy generoso para endilgarle a estas caricaturas de Gobiernos un elogio como ése. Durante la democracia, hemos presenciado mejores momentos (en comparación con los recientes) entre 1959 hasta casi finales del decenio de los setenta, período de crecimiento económico. Y otros momentos muy malos, de saltos cuya expresión dominante es el decrecimiento, desde finales de los setenta hasta el presente vamos de pesadilla en pesadilla, creyendo ingenuamente que hemos tocado un fondo, al cual nunca llegamos. Hemos dejado calar en nuestro sentimiento una triste cultura adversa a la generación de riqueza. En nuestro país tener alguna posesión de recursos, alcanzar el éxito económico es visto como pecado, para ser reconocido hay que vivir a expensas del Gobierno de turno y ser un consuetudinario pedigüeño, este es el mejor camino para el reconocimiento, es la verdadera diferencia entre la Venezuela, de mediados del siglo pasado hasta poco antes de los ochenta y la posterior. Hasta la cultura de inicios del siglo XX ha sido superior a la de este momento, en ella estaba signado el éxito por la idea de alcanzar algún grado académico, militar o eclesiástico y en una férrea voluntad de trabajo y honestidad a todo trance, éramos gente que llevaba su pobreza con dignidad y sin arrastrarla, con su paludismo, con sus limitados recursos, pero con la esperanza de vivir cada vez mejor por si mismo y no de la mendicidad, o bajo la sombra de algún caudillo de turno. Los mejores momentos, de la democracia, correspondieron a los tres primeros gobiernos, período del llamado “Pacto de punto Fijo”, durante su época la característica no fue precisamente la de una abundancia con base en buenos precios del petróleo. La decadencia de nuestra democracia se inicia con el alza del precio del petróleo, desde ese instante como la droga para el adicto, solo se vive bien el éxtasis, del momento del consumo y en cada ocasión se hará necesaria una dosis más fuerte para vivir mejor y cuando no, sufrimos dolorosamente el síndrome de la abstinencia. Uno no se imagina cómo es posible que los personeros del actual Gobierno se regocijaran cuando el precio del petróleo era alto supuestamente gracias a su gestión y ahora cuando caen es responsabilidad de una supuesta conspiración internacional, después de haber engullido una impresionante renta petrolera jamás vista. Podríamos asumir que los mejores momentos fueron así por existir una visión de país, aún cuando los gobernantes reflejaban con su actuación una cultura errada de logro, el pueblo por inercia social seguía actuando con su paradigma de éxito personal, fundado en la educación y en el trabajo, hasta que al final de los setenta llegó el momento de abandonar esa cultura por otra que reza “póngame donde haiga y más nada”, “como vaya viniendo vamos viendo”, “ahora tenemos patria”, “dame una fuercita”. Sin rumbo y por la misma senda, paralela con Argentina, marcharon dos países que alguna vez soñaron, en los cuarenta, tener un lugar en el primer mundo para esta época. Definitivamente el populismo con disfraz socialista tiene en la ruina a los países mejor dotados de Latinoamérica. Quien dude de la situación de crisis y de postración de los venezolanos puede constatarlo con sus propios ojos en las calles de las ciudades, donde pululan toda clase de indigentes mujeres, niños, ancianos, jóvenes, al acecho bien para cuidar carros, pedir limosnas o para apropiarse de algo que no le es suyo, haciendo colas, esperando encontrar lo que no consigue, temeroso que hasta en el propio salón de un cine le atraquen. En definitiva, la pobreza en todas sus dimensiones ha sido el evento socioeconómico, político y cultural de Venezuela más importante de la actualidad. Ha sido tan rápida y violenta la irrupción de la miseria que no nos hemos percatado de su magnitud y dejamos pasar un tiempo para la acción que tal vez nos haga falta mañana. En definitiva la historia se repite, la política económica en Venezuela se ha limitado históricamente a dos opciones: o se mantiene fijo el tipo de cambio, cuando el negocio petrolero va bien, o se devalúa o deprecia el bolívar, cuando el negocio petrolero va mal. Esto es a nuestro juicio una muestra la irresponsabilidad de quienes han gobernado este país, sean de la IV o de la V República, no hay diferencias. Hemos sido gobernados por gente cuyo interés por el país no supera los límites de una retórica demagógica y populista. Se repetirá esa historia de variados ensayos imaginables de ajustes macroeconómicos, ya probados sin éxito en cada caída histórica del precio del petróleo y en cada crisis originada por los males públicos derivados de gobiernos nefastos. ¿Será posible tomar la ruta de los nuevos tiempos que asuma como proyecto nacional de Plan de Reformas Económicas e Institucionales que contenga los cinco puntos señalados al comienzo de nuestro escrito?
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Cualquier intento de control de la manifestación de las variables resultado, al no tratar las causas de fondo empeora los orígenes de los desajustes económicos. En el caso de Venezuela todo lo contrario de lo esperado por los controles, los precios no cesan de aumentar, los mercados negros proliferan, se paraliza la producción, se agotan las reservas internacionales con un agudo desabastecimiento. La proliferación abrumadora de todo tipo de regulaciones, reglamentos, providencias, decretos es en este momento asfixiante, cualquier ajuste que pretenda ser exitoso necesita de reformas económicas e institucionales previas o simultáneas. Dejar las cosas como están, como parece ser la intención del Gobierno, a la larga de manera directa o velada tendrá que ajustar esas variables resultado al alza, aumentar la presión tributaria, con un déficit fiscal que se mantiene o aumenta. En nuestro criterio un ajuste macroeconómico que cumpliera su cometido de estabilización de precios, de unificación cambiaria con depreciaciones o devaluaciones sucesivas, de equilibrio fiscal y cesación de la emisión inorgánica de dinero es poco probable que resuelva los problemas mas allá del muy corto plazo. Reiteramos sin el acometimiento previo o simultáneo de Reformas Económicas e Institucionales con el propósito de fortalecer institucionalmente al país no habrá éxito, los poderes públicos tienen que ser legítimos, autónomos e independientes. Tiene que iniciarse un proceso de simplificación y optimización del marco regulatorio en función de la respuesta esperada del mercado (análisis de impacto regulatorio). A 32 años de una fallida Reforma del Estado. Bastante tiempo ha transcurrido desde que al inicio de los setenta (siglo pasado) se habló sobre la necesidad de una Reforma del Estado. Durante el Gobierno del Presidente Jaime Lusinchi se hizo un intento fallido con la creación de la COPRE , sus propósitos específicos guardaban relación con el campo de la política pública, de la Reforma Tributaria y de su modernización. Sobre esto último, lo impostergable, la sustitución de un régimen fiscal atado al negocio petrolero a uno orientado al desarrollo económico del país, en el entendido, de un sistema impositivo menos sensible al los vaivenes de los precios del petróleo y a la rigidez del gasto público. Van muchos decenios en Venezuela soñando con sembrar el petróleo. Este pequeño relato trata de recordar que en nuestro país se ha ensayado sin éxito todo tipo de ajustes o paquetes económicos de naturaleza macroeconómica. Siempre con una convocatoria a diferentes grupos representativos de intereses convergentes con los gobiernos de turno, pero jamás una debida representatividad del país como un todo y mucho menos para asumir una verdadera reforma económica e institucional. Propósitos de la Reforma del Estado de la COPRE. Desde esos tiempos se había concluido en la necesidad de alcanzar cinco objetivos: Primero, darle estabilidad a los ingresos fiscales y asegurar una fuente de recursos que permita el ejercicio de las funciones del estado (perspectiva macroeconómica institucional). Segundo, la racionalización del gasto público, de manera que cada bolívar invertido asegure una gama mayor de metas alcanzadas (perspectiva macroeconómica institucional). Tercero, fundamentar la política económica en la utilización de estabilizadores automáticos (fiscales, monetarios y cambiarios) en lugar de mecanismos discrecionales (perspectiva macroeconómica institucional). Cuarto, someter la política económica a la evaluación previa de impactos de modo que no surjan asimetrías de información e incentivos perversos que den lugar al aprovechamiento interesado de la política pública en favor de intereses personales o grupales (perspectiva microeconómica conjetural). Quinto, asegurar la debida autonomía, independencia y legitimidad de los poderes públicos (perspectiva institucional). Es algo que debimos hacer desde hace mucho tiempo, el asunto es que nuestros gobernantes y ministros de economía, recuerdan esta necesidad solamente cuando no les queda otro recurso, ante una precaria situación económica. En Venezuela no se tenido estadistas interesados por el propio país y su destino, sino caudillos, con más afán de pasar a la historia reviviendo dudosas elegías patrióticas del pasado. Y que hablar de supuestas repúblicas que jamás existieron y que tampoco existen, percepciones no correspondidas en Venezuela con algo diferente a un pobre ejercicio de verborrea demagógica para ganar electores o para mantenerse en el poder, a costas de una gran mayoría de gente postrada, desesperanzada cuya hambre de justicia les hunde en un perverso desvarío que tan solo aprecia como bienestar el que todos seamos igualmente miserables. El único logro que puede exhibir el presente gobierno es la sensación de que ahora nos estamos igualando todos en la indigencia. ¡¿Cuáles planes, cuales principios?! Nada mas ocurrencias, largos escritos, declaraciones, todos incoherentes que no califican siquiera como un buen epistolario de buenas intenciones. Igualmente, ¿Cuáles instituciones? Cuando la gente que las representa se designa de manera poco democrática, jamás ha trabajado el oficio, tampoco lo conocen y peor aun deciden según su estado de ánimo. Pensamos que no podemos hablar de república sino de buenos y malos momentos dependiendo del estado de negocios del petróleo. Los venezolanos nos transformamos en buhoneros, no solo los de bajo nivel de calificación, muchos profesionales, bien formados andan por doquier vendiendo baratijas, en taxis subarrendados, en tarantines de venta de loterías, en ese nuevo oficio llamado “bachaqueo” y otros propios de sociedades perdidas en la decadencia, aun cuando todavía gozan de juventud. Quienes resisten precariamente esa brutal pérdida de poder adquisitivo, viven en colas buscado lo que no se encuentra, con el miedo de ser atracados, ser víctimas del hurto, de la estafa o del secuestro. Otros huyen de su país. ¿Dos Repúblicas? Habría que ser muy generoso para endilgarle a estas caricaturas de Gobiernos un elogio como ése. Durante la democracia, hemos presenciado mejores momentos (en comparación con los recientes) entre 1959 hasta casi finales del decenio de los setenta, período de crecimiento económico. Y otros momentos muy malos, de saltos cuya expresión dominante es el decrecimiento, desde finales de los setenta hasta el presente vamos de pesadilla en pesadilla, creyendo ingenuamente que hemos tocado un fondo, al cual nunca llegamos. Hemos dejado calar en nuestro sentimiento una triste cultura adversa a la generación de riqueza. En nuestro país tener alguna posesión de recursos, alcanzar el éxito económico es visto como pecado, para ser reconocido hay que vivir a expensas del Gobierno de turno y ser un consuetudinario pedigüeño, este es el mejor camino para el reconocimiento, es la verdadera diferencia entre la Venezuela, de mediados del siglo pasado hasta poco antes de los ochenta y la posterior. Hasta la cultura de inicios del siglo XX ha sido superior a la de este momento, en ella estaba signado el éxito por la idea de alcanzar algún grado académico, militar o eclesiástico y en una férrea voluntad de trabajo y honestidad a todo trance, éramos gente que llevaba su pobreza con dignidad y sin arrastrarla, con su paludismo, con sus limitados recursos, pero con la esperanza de vivir cada vez mejor por si mismo y no de la mendicidad, o bajo la sombra de algún caudillo de turno. Los mejores momentos, de la democracia, correspondieron a los tres primeros gobiernos, período del llamado “Pacto de punto Fijo”, durante su época la característica no fue precisamente la de una abundancia con base en buenos precios del petróleo. La decadencia de nuestra democracia se inicia con el alza del precio del petróleo, desde ese instante como la droga para el adicto, solo se vive bien el éxtasis, del momento del consumo y en cada ocasión se hará necesaria una dosis más fuerte para vivir mejor y cuando no, sufrimos dolorosamente el síndrome de la abstinencia. Uno no se imagina cómo es posible que los personeros del actual Gobierno se regocijaran cuando el precio del petróleo era alto supuestamente gracias a su gestión y ahora cuando caen es responsabilidad de una supuesta conspiración internacional, después de haber engullido una impresionante renta petrolera jamás vista. Podríamos asumir que los mejores momentos fueron así por existir una visión de país, aún cuando los gobernantes reflejaban con su actuación una cultura errada de logro, el pueblo por inercia social seguía actuando con su paradigma de éxito personal, fundado en la educación y en el trabajo, hasta que al final de los setenta llegó el momento de abandonar esa cultura por otra que reza “póngame donde haiga y más nada”, “como vaya viniendo vamos viendo”, “ahora tenemos patria”, “dame una fuercita”. Sin rumbo y por la misma senda, paralela con Argentina, marcharon dos países que alguna vez soñaron, en los cuarenta, tener un lugar en el primer mundo para esta época. Definitivamente el populismo con disfraz socialista tiene en la ruina a los países mejor dotados de Latinoamérica. Quien dude de la situación de crisis y de postración de los venezolanos puede constatarlo con sus propios ojos en las calles de las ciudades, donde pululan toda clase de indigentes mujeres, niños, ancianos, jóvenes, al acecho bien para cuidar carros, pedir limosnas o para apropiarse de algo que no le es suyo, haciendo colas, esperando encontrar lo que no consigue, temeroso que hasta en el propio salón de un cine le atraquen. En definitiva, la pobreza en todas sus dimensiones ha sido el evento socioeconómico, político y cultural de Venezuela más importante de la actualidad. Ha sido tan rápida y violenta la irrupción de la miseria que no nos hemos percatado de su magnitud y dejamos pasar un tiempo para la acción que tal vez nos haga falta mañana. En definitiva la historia se repite, la política económica en Venezuela se ha limitado históricamente a dos opciones: o se mantiene fijo el tipo de cambio, cuando el negocio petrolero va bien, o se devalúa o deprecia el bolívar, cuando el negocio petrolero va mal. Esto es a nuestro juicio una muestra la irresponsabilidad de quienes han gobernado este país, sean de la IV o de la V República, no hay diferencias. Hemos sido gobernados por gente cuyo interés por el país no supera los límites de una retórica demagógica y populista. Se repetirá esa historia de variados ensayos imaginables de ajustes macroeconómicos, ya probados sin éxito en cada caída histórica del precio del petróleo y en cada crisis originada por los males públicos derivados de gobiernos nefastos. ¿Será posible tomar la ruta de los nuevos tiempos que asuma como proyecto nacional de Plan de Reformas Económicas e Institucionales que contenga los cinco puntos señalados al comienzo de nuestro escrito?
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