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#169 El arte de vivir - Montaigne (III): viajes, autenticidad y ataraxia
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(NOTAS Y ENLACES COMPLETOS DEL CAPÍTULO AQUÍ: https://www.jaimerodriguezdesantiago.com/kaizen/169-el-arte-de-vivir-montaigne-iii-viajes-autenticidad-y-ataraxia/)
Hoy volvemos una vez más a Montaigne, para rematar esta trilogía que le hemos dedicado en nuestra búsqueda de ideas sobre cómo vivir, a partir del estupendo libro de Sarah Bakewell, cuyo título encaja bastante bien porque se llama «Cómo vivir. O una vida con Montaigne en una pregunta y veinte intentos de respuesta».
Que terminemos esta trilogía no quiere decir en absoluto que nos terminemos a Montaigne porque es casi infinito ya que, como veremos hoy, todos le seguimos añadiendo de todo. Y es que, como te decía en los capítulos anteriores, Montaigne nació hace casi cinco siglos, pero ha sido reinterpretado una y otra vez por todas las generaciones que lo han leído desde entonces y todas han sentido que de alguna forma les hablaba a ellas. El suyo es un caso extraño, el de alguien que escribía cuanto se le venía a la cabeza sobre su vida, sin aparentemente adornarla demasiado ni preocuparse por lo que otros podrían pensar. Eso, en su época era casi único: si alguien escribía unas memorias lo hacía para ensalzar su propia figura y para destacar los eventos más importantes de su vida, lo que no dejaba casi espacio para reflexiones sobre los aspectos más mundanos y sencillos de la vida. Hoy sin embargo podríamos decir que es casi al revés: de una forma u otra, nos exhibimos casi todos de forma constante en todo tipo de medios y redes, mostramos dónde comemos y con quien o les contamos nuestras penas a quienes se cruzan con nuestros mensajes, nos conozcan o no. Algunos hasta hacemos podcasts. Pero esas también son realidades embellecidas, filtradas y seleccionadas. Montaigne no parecía hacer ni una cosa ni la otra. Seguro que omitió unas cosas y adornó otras, pero la sensación que deja es la de alguien poco preocupado por eso, simplemente entretenido con sus propios pensamientos, que decide dejarlos por escrito, independientemente de si son profundos o superficiales.
En los dos capítulos anteriores, repasamos buena parte de esas respuestas a esa pregunta sobre cómo vivir que Bakewell encuentra en la vida y en los Ensayos de Montaigne. Cubrimos más o menos los dos primeros tercios. En el primero, hablamos de cómo vivir sin preocuparse de la muerte, de cómo nuestra perspectiva del mundo está sesgada y limitada, de los efectos de vivir habiendo sido criado de una forma diferente. También hablamos de la importancia de leer mucho, pero sin poner a los autores en pedestales; de la curiosidad como motor de la vida, de cómo vivir con atención. Y de cómo lidiar con los vaivenes que nos encontramos en nuestro camino, apoyándonos en las enseñanzas milenarias del estoicismo, el epicureismo y el escepticismo.
En el segundo capítulo nos adentramos en otras partes de la vida de Montaigne, algunas más criticables que otras. Hablamos sobre la importancia de preservar un espacio físico y mental propio, para nosotros mismos, aunque en el caso de Montaigne fuera también una forma de escaquearse de sus responsabilidades domésticas. Tratamos también la importancia de ser sociables, de ser capaces de conversar sobre cualquier tema, como una vía de aprendizaje, pero también como una vía para conectar con los demás. En eso de conectar con los demás, vimos también cómo Montaigne se empeñaba en apostar por la confianza. Lo hacía físicamente, manteniendo abiertas las puertas de su castillo incluso en los momentos álgidos de las guerras religiosas en Francia; pero también filosóficamente porque vivía convencido de que todos pertenecemos a algo mayor y compartido, no sólo entre los seres humanos, sino con todos los demás seres vivos. Aunque aquello no era únicamente una forma de conectar con otros, sino también una manera de exponerse él mismo a otras ideas y perspectivas.
Mucho de lo que vimos en esos dos capítulos era extraño en tiempos de Montaigne. Pero es que, precisamente, esa va a ser la primera de las respuestas a cómo vivir de la que vamos a hablar hoy: «haz algo que nadie haya hecho antes»
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Hoy volvemos una vez más a Montaigne, para rematar esta trilogía que le hemos dedicado en nuestra búsqueda de ideas sobre cómo vivir, a partir del estupendo libro de Sarah Bakewell, cuyo título encaja bastante bien porque se llama «Cómo vivir. O una vida con Montaigne en una pregunta y veinte intentos de respuesta».
Que terminemos esta trilogía no quiere decir en absoluto que nos terminemos a Montaigne porque es casi infinito ya que, como veremos hoy, todos le seguimos añadiendo de todo. Y es que, como te decía en los capítulos anteriores, Montaigne nació hace casi cinco siglos, pero ha sido reinterpretado una y otra vez por todas las generaciones que lo han leído desde entonces y todas han sentido que de alguna forma les hablaba a ellas. El suyo es un caso extraño, el de alguien que escribía cuanto se le venía a la cabeza sobre su vida, sin aparentemente adornarla demasiado ni preocuparse por lo que otros podrían pensar. Eso, en su época era casi único: si alguien escribía unas memorias lo hacía para ensalzar su propia figura y para destacar los eventos más importantes de su vida, lo que no dejaba casi espacio para reflexiones sobre los aspectos más mundanos y sencillos de la vida. Hoy sin embargo podríamos decir que es casi al revés: de una forma u otra, nos exhibimos casi todos de forma constante en todo tipo de medios y redes, mostramos dónde comemos y con quien o les contamos nuestras penas a quienes se cruzan con nuestros mensajes, nos conozcan o no. Algunos hasta hacemos podcasts. Pero esas también son realidades embellecidas, filtradas y seleccionadas. Montaigne no parecía hacer ni una cosa ni la otra. Seguro que omitió unas cosas y adornó otras, pero la sensación que deja es la de alguien poco preocupado por eso, simplemente entretenido con sus propios pensamientos, que decide dejarlos por escrito, independientemente de si son profundos o superficiales.
En los dos capítulos anteriores, repasamos buena parte de esas respuestas a esa pregunta sobre cómo vivir que Bakewell encuentra en la vida y en los Ensayos de Montaigne. Cubrimos más o menos los dos primeros tercios. En el primero, hablamos de cómo vivir sin preocuparse de la muerte, de cómo nuestra perspectiva del mundo está sesgada y limitada, de los efectos de vivir habiendo sido criado de una forma diferente. También hablamos de la importancia de leer mucho, pero sin poner a los autores en pedestales; de la curiosidad como motor de la vida, de cómo vivir con atención. Y de cómo lidiar con los vaivenes que nos encontramos en nuestro camino, apoyándonos en las enseñanzas milenarias del estoicismo, el epicureismo y el escepticismo.
En el segundo capítulo nos adentramos en otras partes de la vida de Montaigne, algunas más criticables que otras. Hablamos sobre la importancia de preservar un espacio físico y mental propio, para nosotros mismos, aunque en el caso de Montaigne fuera también una forma de escaquearse de sus responsabilidades domésticas. Tratamos también la importancia de ser sociables, de ser capaces de conversar sobre cualquier tema, como una vía de aprendizaje, pero también como una vía para conectar con los demás. En eso de conectar con los demás, vimos también cómo Montaigne se empeñaba en apostar por la confianza. Lo hacía físicamente, manteniendo abiertas las puertas de su castillo incluso en los momentos álgidos de las guerras religiosas en Francia; pero también filosóficamente porque vivía convencido de que todos pertenecemos a algo mayor y compartido, no sólo entre los seres humanos, sino con todos los demás seres vivos. Aunque aquello no era únicamente una forma de conectar con otros, sino también una manera de exponerse él mismo a otras ideas y perspectivas.
Mucho de lo que vimos en esos dos capítulos era extraño en tiempos de Montaigne. Pero es que, precisamente, esa va a ser la primera de las respuestas a cómo vivir de la que vamos a hablar hoy: «haz algo que nadie haya hecho antes»
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